Felicidades a todos los adoradores nocturnos que llegados a este año de 2017 vamos a perseverar en nuestra obra dedicada a adorar al Santísimo Sacramento del Altar colectiva e individualmente en nuestras vigilias, también dispuestos a seguir el camino de nuestro Señor en unión a nuestra Iglesia universal, precisamente comenzamos enero con el tema de reflexión dedicado a la Iglesia, en este mes trataremos la primera parte.
Nuestro turno hará la vigilia en conjunto con los adoradores del turno Santo Domingo de Guzmán en la Iglesia del Santo Cristo de la Salud, patrón de Málaga, situada en la Plaza de la Constitución, será el viernes día 13 de enero a las 21,30 horas, comenzaremos con el tema de reflexión, Exposición de Su Divina Majestad, rezo del Rosario, Vísperas, Oficio de lectura, adoración personal y completas, luego reserva del Santísimo y rezo a la Santísima Virgen.
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Adoración al Santísimo Foto: Fabio Fdez. Torres, fecha 9/12/2016 |
Recordar llevar el emblema y el manual de las horas para los adoradores nocturnos.
A continuación os transcribo el tema de reflexión y el cuestionario final.
La Iglesia, (I)
A lo largo del presente año
pastoral (2016-2017) vamos a contemplar el misterio de
la Iglesia de modo que crezca en nosotros el deseo de vivir unidos a ella. Lo
haremos siguiendo los pasos del Catecismo de la Iglesia Católica
(=CEC), buscando que su lectura complete y asegure nuestras
reflexiones orantes. Estará en el trasfondo de nuestras miradas la constitución
conciliar Lumen Gentium, que nutre en buena medida las enseñanzas
del Catecismo en esta materia.
Dios centro único de la fe.
El Catecismo nos enseña (CEC 750),
siguiendo los artículos del Credo, que nuestra fe es en Dios,
Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sólo Dios merece y provoca nuestra adhesión de
fe. La fe es en Dios y, por consecuencia, en lo que él nos
enseña (doctrina cristiana y moral) o nos entrega como don de salvación para
nosotros (Iglesia y sacramentos). Sólo en este sentido podemos afirmar que
creemos en la Iglesia.
La fe en el Dios uno y trino,
que identifica a los cristianos, no repudia los caminos de la razón para
llegar a Dios desde sus obras; pero tiene su centro en Jesucristo muerto
y resucitado. El acontecimiento pascual es piedra fundamental de nuestra fe
en Dios. La verdad de la Resurrección se presenta pues como fundamento de
nuestra fe (1Cor 15, 14). La Iglesia es fundada por Cristo para dar testimonio
de su Resurrección. En los inicios de la predicación evangélica por medio de
Apóstoles y Evangelistas, más tarde, por cuántos aceptan su testimonio y lo
verifican, en sacramento, mediante las celebraciones
litúrgicas de la Iglesia, singularmente la Eucaristía.
En las celebraciones litúrgicas mediante gestos
y palabras (como a lo largo de la Historia de Salvación, vid.
Constitución conciliar Dei verbum 2), es decir, a través de
signos, lecturas y plegarias, el Señor se hace realmente presente y convoca a
su Pueblo (Iglesia o convocatoria; vid. CEC 751).
La Iglesia nace de la Eucaristía que
Cristo entrega. Posteriormente la Iglesia, fiel al mandato, (Lc 22,
19 y 1Cor 11, 24), hace, (celebra o confecciona), la Eucaristía, que es para
ella mysterium fidei! (misterio de fe).
Desde la celebración, comunión y
adoración de la Eucaristía la Iglesia halla su centro y remite a todos sus
miembros a Cristo que, en el mismo dinamismo eucarístico, lleva a cada fiel a
ser Iglesia: una, santa, católica y apostólica.
La Iglesia esposa.
Esta centralidad Eucarística no ha de
ser nunca ritualismo. El centro es siempre Cristo, la Eucaristía es
su sacramento, su forma de presencia. Cristo se hace y entrega bajo
la forma del sacramento (signo y palabra) para dar concreción a su presencia y
a la de su obrar. Así hecho presente y accesible, bajo la forma ritual de un
banquete de sacrificio, nos permite entrar en comunión entre nosotros y consigo
mismo. Una comunión que configura a la Iglesia como esposa y
muestra a Cristo como esposo, conforme a la imagen presentada en
las bodas de Caná (Jn 2, 1-12).
La Iglesia está llamada a vivir esta comunión
esponsal en todo su ser y su obrar, pero es
celebrando y gustando la Eucaristía cuando es tomada por esposa y
de donde recibe toda su fecundidad (CEC 1324-1327).
La dependencia total de
la Eucaristía respecto de Cristo corre paralela con la dependencia de la
Iglesia respecto de su esposo, Jesucristo. Y este nos remite siempre a Dios y
su misterio trinitario.
Nuestro vivir siendo Iglesia-Esposa hace
de la Trinidad nuestro hábitat de eternidad. Nuestro ser personal
encuentra en la relación con las Divinas Personas su plenitud, su Cielo en la
tierra. Tal dimensión escatológica es propia de los siete sacramentos (CEC
1130) donde Cristo actúa, singularmente de “el Sacramento” (CEC 1402-1405).
¡Qué bellamente lo glosó san Juan de la Cruz en su poema: aunque
es de noche!
Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida,
aunque es de noche.
Aquí se está llamando a las criaturas,
y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,
aunque es de noche.
Aquesta viva fuente que deseo,
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche.
(Himno IIº para las Vísperas de la Santísima Trinidad).
Este precioso texto toca y presenta
todos los argumentos que venimos glosando: la fe, la Trinidad, la Eucaristía. Y
la Liturgia lo pone en labios de la Iglesia. Orar con él es siempre bálsamo
para el alma y estímulo para pensar y obrar bien.
&La Iglesia cuerpo.
Del esposo y la esposa dice la Escritura
“serán una sola carne” (Gn 2, 24), un solo cuerpo. Ver a la Iglesia hecha
esposa mediante la Eucaristía es verla hecha cuerpo de Cristo mediante
el sacramento del cuerpo de Cristo.
Esta incorporación eucarística
lleva a su plenitud y actualiza la que tiene inicio mediante el Bautismo y la
Confirmación (CEC 1212. 1229. 1285 y 1322).
Ser cuerpo de Cristo con
la Iglesia implica participar en la visibilización en nuestra condición humana
de la semejanza divina. Como don recibido es purificación y
santificación (a modo de trasfiguración), como compromiso de vida es esfuerzo
permanente de fidelidad. La Liturgia de la Iglesia nos recuerda
frecuentemente en las oraciones tras la comunión que nuestro
fin y objetivo vital es transformarnos en lo que comemos.
Nadie ha vivido esta
esponsalidad/maternidad como la santísima Virgen María. Mujer de la fe y la
obediencia a la Palabra. Madre del Redentor, Modelo de la Iglesia. Mujer
eucarística, como la llamó san Juan Pablo II en Ecclesia de Eucharistia (cap.
VI). Y esto se traduce en su perfección en el discipulado, en la identificación
con el querer y obrar de su Hijo. Si Jesús se anuncia como el verdadero esposo
en su primer milagro en Caná, haciendo crecer la fe de sus discípulos en Él,
allí María es la Madre del buen consejo: “haced lo que Él os diga”.
Preguntas para el diálogo y la meditación.
1. ¿Es verdaderamente Dios el centro
de nuestra fe, o vivimos sobre todo de teorías, normas y prácticas?
2. ¿Mi piedad eucarística me lleva
al encuentro profundo con Dios en su Iglesia? No se puede tener a Dios por
padre sin tener a la Iglesia por madre.
3. ¿La participación en los
sacramentos, más aún en la Eucaristía, me impulsa verdaderamente a vivir
cristificado (cardad/santidad)?