La Iglesia (VI).
La
Iglesia santa.
Suele
asustarnos esta afirmación rotunda del Credo. No obstante es algo intrínseco a
su unión esponsal y a su incorporación con Cristo. La Iglesia, aun formada por
pecadores, es santa y santificadora. En ella cada pecador es puesto en camino
de santidad y vivir en la “comunión de la Iglesia” es ponerse en camino de
santificación.
La
Iglesia es bella intrínsecamente porque es fruto y comunicación de la santidad
divina, “sed santos como Dios es Santo”. En ella resplandece la santidad de
Cristo y el don del Espíritu Santo, como misioneros de la santidad Fontal del
Padre que nos llama a todos a la santidad (Vid. Catecismo nn. 823-829).
Como
celebramos en la fiesta de Todos los Santos, la Iglesia es esencialmente
llamada a la santidad y crisol de santificación. Creer en la Iglesia es
inseparable de esa visión de paz que es creer en la “comunión de los santos”
(Catecismo nn. 946-959).
Proclamar
esta verdad no es triunfalismo sino gratitud a Dios y compromiso para cada
católico, para cada comunidad y la para toda la Iglesia que aun peregrina en la
historia.
Por
eso el santo papa Juan Pablo II gustaba decir que el capítulo Vº de la
Constitución conciliar sobre la Iglesia era la perla de las enseñanzas
conciliares: “La vocación universal a la santidad en la Iglesia”. Me permito
por ello presentaros algunas de sus afirmaciones.
En
la Iglesia llamados a ser santos.
La
santidad cristiana, como recordó san Juan Pablo II en la exhortación Vita
consecrata, no se puede confundir con un perfeccionismo humano
voluntarista, lleno de regustos pelagianos (error que cree que el hombre se
hace justo con sus solas fuerzas) y que termina llevando a soluciones falsas
como la desesperación, los escrúpulos o una engañosa soberbia. La santidad es
camino de verdad y humildad, es ponerse en la posición adecuada de una criatura
ante Dios (adoración) y se traduce en confianza y obediencia amorosa y filial,
en la que Dios purifica y transforma al ser humano haciéndole partícipe, paso a
paso de su ser y obrar divinos.
Dirá
el texto conciliar:
Cristo…
“el solo Santo”, amó a su Iglesia como a su esposa. El se entregó por ella para
santificarla (Cf Ef 5, 25-26), la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la
llenó del don del Espíritu Santo para gloria de Dios. Por eso todos en
la Iglesia, pertenezcan a la Jerarquía o sean regidos por ella, están llamados
a la santidad (LG n. 39)…
El
Señor Jesús, Maestro divino y modelo de toda perfección, predicó a todos y a
cada uno de sus discípulos, de cualquier condición que fueran, la santidad de
vida, de la que El es el autor y consumador: “Sed, pues, perfectos como vuestro
Padre del cielo es perfecto” (Mt 5, 48) (n. 40)…
Todos los cristianos, por tanto, en sus condiciones de vida, trabajo y circunstancias, serán cada vez más santos a través de todo ello si todo lo reciben con fe de manos del Padre del cielo y colaboran con la voluntad de Dios, manifestando a todos, precisamente en el cuidado de lo temporal, el amor con el que el Padre amó al mundo (n. 41)…
Todos los cristianos, por tanto, en sus condiciones de vida, trabajo y circunstancias, serán cada vez más santos a través de todo ello si todo lo reciben con fe de manos del Padre del cielo y colaboran con la voluntad de Dios, manifestando a todos, precisamente en el cuidado de lo temporal, el amor con el que el Padre amó al mundo (n. 41)…
Todos,
pues, han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las
cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del
espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto. El Apóstol les
aconseja: los que disfrutan de este mundo, no se queden en eso, pues este mundo
es provisional (cf. 1 Cor 7, 31 gr.).
Se
entiende aquí la insistencia de papa Francisco por una Iglesia pobre, aunque
cada uno en ella viva esta dimensión esencial según su estado de vida y
vocación, pobre para ser testigo de los bienes eternos y de la suprema belleza
de la vida de hijos de Dios.
La
Eucaristía “pan de los ángeles” y “prenda de la gloria futura”.
La
Iglesia de los llamados a ser santos, es “viático”, pan de peregrinos, que en
ella se enamoran de lo santo y de lo eterno. En ella celebran, comen y gozan,
ya en este mundo su tesoro mientras se liberan de ataduras de pecado y de los
deseos de lo caduco para vivir ya la caridad.
Así,
desde la verdad de fe en la transubstanciación, se entiende correctamente la
novedad significativa de la Eucaristía, que nos hace conocer la verdad oculta
de la creación entera y su fuerza para transformar a cada ser humano y a la
misma sociedad.
Preguntas para el diálogo y la meditación.
- ¿Creemos
de verdad en la santidad de la Iglesia o nos dejamos arrastrar por la
visión mundana que presenta sólo los pecados de sus miembros
peregrinantes?
- ¿Vivo
verdaderamente consciente de que Dios me ha llamado a ser santo e
inmaculado en el amor?
- Celebrando
y adorando la Eucaristía ¿tomo conciencia de que soy cada vez injertado
más en Cristo y en su Amor y Gracia, para vivir una vida santa y
celestial, ya aquí, día a día? ¿Es para mí la comunión comida de peregrino
que camina hacia el Padre Santo?