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viernes, 2 de junio de 2017

Vigilia de junio y tema de reflexión. Viernes 2 de junio a partir de las 20 h.

Tendrá lugar en el Oratorio de la Hermandad de las Penas comenzando con el rezo del Santo Rosario a las 20 horas, proseguiremos con el tema de reflexión que a continuación transcribimos y que continúa con el tema sobre la Iglesia.
La Iglesia (VI).
           La Iglesia santa. 
           Suele asustarnos esta afirmación rotunda del Credo. No obstante es algo intrínseco a su unión esponsal y a su incorporación con Cristo. La Iglesia, aun formada por pecadores, es santa y santificadora. En ella cada pecador es puesto en camino de santidad y vivir en la “comunión de la Iglesia” es ponerse en camino de santificación.
           La Iglesia es bella intrínsecamente porque es fruto y comunicación de la santidad divina, “sed santos como Dios es Santo”. En ella resplandece la santidad de Cristo y el don del Espíritu Santo, como misioneros de la santidad Fontal del Padre que nos llama a todos a la santidad (Vid. Catecismo nn. 823-829).
           Como celebramos en la fiesta de Todos los Santos, la Iglesia es esencialmente llamada a la santidad y crisol de santificación. Creer en la Iglesia es inseparable de esa visión de paz que es creer en la “comunión de los santos” (Catecismo nn. 946-959).
           Proclamar esta verdad no es triunfalismo sino gratitud a Dios y compromiso para cada católico, para cada comunidad y la para toda la Iglesia que aun peregrina en la historia.
           Por eso el santo papa Juan Pablo II gustaba decir que el capítulo Vº de la Constitución conciliar sobre la Iglesia era la perla de las enseñanzas conciliares: “La vocación universal a la santidad en la Iglesia”. Me permito por ello presentaros algunas de sus afirmaciones.
           En la Iglesia llamados a ser santos. 
           La santidad cristiana, como recordó san Juan Pablo II en la exhortación Vita consecrata, no se puede confundir con un perfeccionismo humano voluntarista, lleno de regustos pelagianos (error que cree que el hombre se hace justo con sus solas fuerzas) y que termina llevando a soluciones falsas como la desesperación, los escrúpulos o una engañosa soberbia. La santidad es camino de verdad y humildad, es ponerse en la posición adecuada de una criatura ante Dios (adoración) y se traduce en confianza y obediencia amorosa y filial, en la que Dios purifica y transforma al ser humano haciéndole partícipe, paso a paso de su ser y obrar divinos.
           Dirá el texto conciliar:
           Cristo… “el solo Santo”, amó a su Iglesia como a su esposa. El se entregó por ella para santificarla (Cf Ef 5, 25-26), la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de Dios. Por eso todos en la Iglesia, pertenezcan a la Jerarquía o sean regidos por ella, están llamados a la santidad  (LG n. 39)…
           El Señor Jesús, Maestro divino y modelo de toda perfección, predicó a todos y a cada uno de sus discípulos, de cualquier condición que fueran, la santidad de vida, de la que El es el autor y consumador: “Sed, pues, perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto” (Mt 5, 48) (n. 40)…
Todos los cristianos, por tanto, en sus condiciones de vida, trabajo y circunstancias, serán cada vez más santos a través de todo ello si todo lo reciben con fe de manos del Padre del cielo y colaboran con la voluntad de Dios, manifestando a todos, precisamente en el cuidado de lo temporal, el amor con el que el Padre amó al mundo (n. 41)…
           Todos, pues, han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto. El Apóstol les aconseja: los que disfrutan de este mundo, no se queden en eso, pues este mundo es provisional (cf. 1 Cor 7, 31 gr.). 
           Se entiende aquí la insistencia de papa Francisco por una Iglesia pobre, aunque cada uno en ella viva esta dimensión esencial según su estado de vida y vocación, pobre para ser testigo de los bienes eternos y de la suprema belleza de la vida de hijos de Dios.
           La Eucaristía “pan de los ángeles” y “prenda de la gloria futura”.
           La Iglesia de los llamados a ser santos, es “viático”, pan de peregrinos, que en ella se enamoran de lo santo y de lo eterno. En ella celebran, comen y gozan, ya en este mundo su tesoro mientras se liberan de ataduras de pecado y de los deseos de lo caduco para vivir ya la caridad.
           Así, desde la verdad de fe en la transubstanciación, se entiende correctamente la novedad significativa de la Eucaristía, que nos hace conocer la verdad oculta de la creación entera y su fuerza para transformar a cada ser humano y a la misma sociedad.
Preguntas para el diálogo y la meditación.

  1. ¿Creemos de verdad en la santidad de la Iglesia o nos dejamos arrastrar por la visión mundana que presenta sólo los pecados de sus miembros peregrinantes?
  2. ¿Vivo verdaderamente consciente de que Dios me ha llamado a ser santo e inmaculado en el amor?
  3. Celebrando y adorando la Eucaristía ¿tomo conciencia de que soy cada vez injertado más en Cristo y en su Amor y Gracia, para vivir una vida santa y celestial, ya aquí, día a día? ¿Es para mí la comunión comida de peregrino que camina hacia el Padre Santo?

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