Transcribimos el artículo aparecido en la Revista Diócesis de Málaga
Sánchez Gallardo: "El papa Benedicto XVI, un hombre de ciencia"
ARTÍCULO
Artículo de Francisco Sánchez Gallardo, doctor en Ciencias Físicas, ex director del Instituto de Meteorología de Málaga y académico de Número de la Academia Malagueña de Ciencias.
Después de uno de los cónclaves más rápidos en la historia de la Iglesia, cuando el 19 de abril de 2005 el cardenal Ratzinger fue elegido Papa como el 265º sucesor de San Pedro, con el nombre de Benedicto XVI, la prensa italiana consideró su elección como una buena noticia. Afirmación sin duda acertada, pues con su sabiduría y erudición demostró en sus escritos y a lo largo de su pontificado petrino ser uno de los grandes sabios equiparable, sin error a exagerar, a otro sabio alemán como fue San Alberto Magno (Patrono de las Ciencias). Desde el papa San Silvestre II (primer papa francés y gran matemático que introdujo el uso del número cero), es posible que Benedicto XVI haya sido uno de los papas con más carácter científico en la historia de la Iglesia; institución que lejos de ser un estorbo para los avances científicos ha sido siempre una parte activa y fundamental en ellos, como lo demuestra la Academia Pontificia de las Ciencias, de alcance internacional, y multirracial en sus miembros, cuyo principal objeto es honrar la ciencia pura.
Si San Juan Pablo II condujo la Iglesia hacia el siglo XXI, Benedicto XVI marcó el camino a seguir con sus enseñanzas sabiamente expuestas en su magisterio, fuente de sabiduría y espiritualidad, y siempre orientadas en defensa del cristianismo que según expresión suya, no se corresponde con la imagen de una estrella que se va desintegrando, sino como el grano de mostaza que siempre vuelve a rejuvenecerse (Astronomía y Biología). Y siguiendo con este don de ciencia que poseía, incluso antes de ser Papa, en 1997, dijo a su biógrafo y periodista Peter Seewald esta bellísima frase: "Una pequeña partícula de amor, pareciendo tan débil, es muy superior a la máxima capacidad de destrucción". Con esta expresión tan original daba a entender la similitud entre el amor, como un impulso con diversas dimensiones, y la energía; pues según la teoría cuántica del también alemán Max Planck, la radiación electromagnética se emite en unidades discretas de energía, llamadas "quantos", manifestando con ello una idea muy propia de él, como es que: "la Teología de lo pequeño es fundamental en el cristianismo"(Física nuclear y Caridad). A la vez, con estas expresiones nos estaba indicando también, de alguna manera, el sentido de la citada parábola del grano de mostaza, pues en su opinión (y así lo publicó en su gran obra "Jesús de Nazaret"), las parábolas no contienen una fuerza coercitiva, sino más bien son una dinámica interna que invitan a un movimiento exigente hacia el misterio de Dios. Y a continuación, en este mismo libro, cuando analiza el mundo como una figura geométrica aconseja que el "baricentro" de la vida del hombre aferrado a su propio ego, se traslade a otro campo de gravitación, que es el campo del amor (Geometría, ley de la gravitación universal y Amor).
En estos primeros años del siglo XXI, y ya desde mediados del siglo pasado, nos encontramos en uno de esos períodos de gran desarrollo científico; la ciencia se diversifica, se amplía y se pluraliza, incluso hacia una dimensión cósmica, sin olvidar el vasto y no menos misterioso campo de la nanociencia. Pues bien, Benedicto XVI con gran visión de la realidad y en la contemplación empírica de este mundo, ya expresó con motivo del Año Internacional de la Astronomía en 2009, su deseo de conseguir una verdadera síntesis humanista del conocimiento, como la que inspiró a los padres de la ciencia moderna.
Durante todo su pontificado, e incluso antes como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, toda su acción pastoral tuvo cuatro puntos de apoyo sobre los que orientó su pensamiento: Dios, Cristo, el hombre y el mundo. Es decir, espiritualidad; existencia de Jesús de Nazaret como certidumbre de carácter histórico; realidad del hombre como criatura a imagen y semejanza de Dios, y en cuarto lugar un mundo como universo visible en el que el hombre puede medir las magnitudes de tiempo, espacio y materia. Cuatro realidades que pertenecen esencialmente a la vida del hombre, complementadas con una característica que él mismo reconoció: su apertura a las diversas posibilidades que abriga en sí el macro y el micro cosmos. Y es en este entramado cosmológico y humano en el que Benedicto XVI manifestó su sabiduría sobre el hombre y sus conocimientos científicos del universo, con expresiones propias de un hombre de ciencia.
A veces, cuando hablamos de ciencia nos referimos a contenidos pertenecientes a la física, a la matemática o a la biología, (por no citar otras ciencias experimentales o campos del conocimiento humano), cometiendo el error de que con esta forma de hablar no se percibe el sentido unitario de la ciencia que hoy es generalmente admitido. Benedicto XVI aglutinó perfectamente este concepto con la profundidad de una mente brillante y con la precisión de un gran maestro. Es más, defendió la conjunción entre fe y razón, a través de sus escritos y discursos como preludio de un nuevo renacimiento humanista y universalista, con el paradigma de establecer una relación entre la realidad del hombre y la visión cosmológica del universo, postulando que Dios es la medida de la evolución de la ciencia.
Sin duda, pasará a la historia como uno de los Pontífices más sabios, valientes y consecuentes con su labor. Un futuro santo Doctor de la Iglesia. Un colaborador de la Verdad.
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