El próximo Miércoles de Ceniza que es 22 de febrero comienza la Cuaresma y por eso damos cabida a este excelente artículo de D. Federico que nos da guía y luz para descubrir el camino a la conversión.
Para todo creyente, regenerados por el agua y el espíritu, celebrar la Cuaresma es vivir y sentir, una vez más, la llamada a abrirnos a la fuerza irresistible de la gracia que ha sido derramada sobre nosotros. Es una llamada a la conversión. La voz de Jesús resuena con urgencia, exigente, en lo íntimo de nuestras conciencias: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca: convertíos y creed la Buena Noticia". (Mc. 1,15). En esas palabras de Jesús que constituyen el inicio de su predicación, se resume todo el mensaje de Juan Bautista y la predicación de los profetas. "Convertíos y creed la Buena Noticia": este ha sido el pregón solemne con que ha dado comienzo la Cuaresma en la sugestiva liturgia del Miércoles de Ceniza.
La conversión no se realiza de un día para otro, es una tarea permanente. Convertirse es permanecer incesantemente con los oídos alerta y a la escucha de las exigencias de Dios. Convertirse es estar siempre dispuesto a decir "si" a los imperativos del Evangelio.
Nunca acabamos de convertirnos. Continuamente debemos esforzarnos por transformar nuestro corazón buscando alcanzar las virtudes evangélicas. Ahí está la verdadera conversión. Y ahí está la verdadera penitencia: en la transformación del corazón. Debemos ir sepultando día a día el corazón viejo para que en su lugar crezca en nosotros el corazón nuevo, animado por un espíritu nuevo.
Conversión y penitencia son dos términos afines. La penitencia que Dios espera de nosotros no son los grandes ayunos o las duras disciplinas. Dios quiere, en definitiva, que arranquemos el pecado de nosotros, que abandonemos nuestras actitudes egoístas, que salgamos de nuestros mezquinos intereses particulares y nos abramos a las necesidades del prójimo.
La conversión no es una tarea exclusivamente personal, individualista, es también tarea comunitaria; pues convertirse conlleva entregarse a la difícil tarea de la transformación del mundo a la que también estamos llamados para visualizar aquí y ahora el Reino que ya nos ha llegado. Así el mundo se convertirá, y lo hará cuando se transformen las viejas estructuras de opresión, cuando se rompa el dominio de la injusticia, cuando se abra el camino del mensaje evangélico de reconciliación y de fraternidad universal.
Convertirse es, en fín, encauzar nuestra vida y la vida del mundo hacia la fuerza renovadora de la Pascua, hacia la constitución del hombre nuevo y de la tierra nueva que con la muerte y resurrección del Señor nos ha llegado, y siguiendo pues el mandato del Resucitado debemos llevar a todos los rincones del mundo. Tenemos una tarea por delante, pero esta ha de comenzar con nuestra conversión. Serán, sin duda alguna, los grandes momentos de contemplación y adoración de nuestras vigilias los que nos ayuden a comprender el mensaje, a estimar nuestros deseos de cambio y a poner los medios necesarios para cuando llegue a nosotros la deseada conversión personal y con ello la del mundo en el que vivimos.
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