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sábado, 23 de abril de 2022

MEDITACIÓN EUCARÍSTICA. Por Luís de Trelles y Noguerol.

El Venerable Luis de Trelles y Noguerol, nuestro fundador escribió en 1884 en la revista La Lámpara del Santuario  sobre la Meditación Eucarística, pienso que su lectura nos ayudará a comprender,  intentar de entender la trascendencia personal de esta meditación ante el Señor Nuestro Dios.



MEDITACIÓN EUCARÍSTICA

 

La sagrada eucaristía es la omnipotencia a la orden de su amor infinito. Es el mismo Dios, que se nos da a sí propio en su unión hipostática o personal con la humanidad de Cristo. Es el don por excelencia, porque el Señor viene a nosotros personalmente allí a manera de víctima inmolada sobre el ara santa; pero, por concomitancia, nos trae su alma y la divinidad, aunque por la fuerza del sacramento sólo se transustancia el pan en carne de Cristo. Es, por lo tanto, vida latente y muerte aparente; Dios y hombre sin dejar de ser hostia.

La encarnación del Verbo divino es un beneficio inefable; la natividad de Jesús es la manifestación de aquella merced, que es lo que llaman teofanía; la puericia del Salvador es una muestra de su cariño y una revelación de su afecto; su juventud humana fue una santificación de esta edad de combates; la vida pública del Señor es una escuela de verdades y de virtudes; la vida de dolores en el Huerto, en el pretorio y en el Calvario, es un manojo de mirra; la sumisión a la voluntad del eterno Padre es una oblación, perpetua; la muerte del Señor es nuestra vida, y su resurrección, el trofeo de su victoria.

Pero en la vida sacramental está, por un modo arcano, la vida de Dios, la encarnación del Verbo, la natividad de Jesús, su circuncisión, su puericia, su adolescencia, su juventud, su vida privada o particular, su vida pública; su pasión, su muerte, su resurrección y su ascensión, y aun su vida gloriosa en el cielo: todas estas maneras de ser están, de un modo místico, en la forma sacramental y bajo las especies. De suerte que en el adorable misterio se exhiben y concentran, en cierto modo, y por obra maravillosa y sublime, el Criador y la criatura, Dios y el hombre, el sacrificador y la víctima, las dos voluntades de Cristo y sus dos entendimientos en la persona divina, y el rey de los cielos, en: fin, que viajó a una región lejana, que vino a tomar posesión de este reino y volver al suyo, como lo dice en una de sus parábolas; pero que, enamorado de la infeliz criatura, quiso quedarse en el sacramento con ella para llevarla a su imperio celestial.

Y fue tan grande su amor, que no sólo puso a este fin en juego su omnipotencia, sino que arbitró la manera de perpetuar aquí, en un solo acto, todas sus acciones; en una sola hostia, todos sus atributos como Dios autor de la gracia; y como hombre, sus méritos, en una sola ofrenda; toda su historia actualizada y latente, pero, por un portentoso modo, activa, agente y actual.

A la luz de estas indicaciones, el horizonte de la eucaristía es inmenso, y sus puntos de vista son innumerables, y sus carismas profundos y dulcísimos para quien, dejándose llevar del Espíritu de Dios, los llega a saborear en la contemplación. No basta la vida humana para meditar y rumiar tan suaves misterios, ni hay quien pueda asimilarse bien sus efectos.

Es el tesoro escondido, la margarita preciosa, que reclama que el hombre venda todo cuanto tiene, para adquirirlo al precio de todo y poseerla en toda su riqueza. Cuanto menos se gusta de los frutos de la tierra; cuanto más se da por esta perla preciosísima; cuanto más se enajena el hombre a los goces groseros de la vida animal; cuanto más se humilla reconociendo su miseria; tanto más adquiere de esta mina, verdaderamente inagotable, que se nos brinda, si encendemos la antorcha de la fe viva y la buscamos con solicitud y celo.

La vida de los sabios se traduce, en alguna manera, en sus libros. La de los santos, en sus virtudes en grado heroico; la de los héroes, en sus conquistas y en la relación de sus hazañas. La vida de Cristo, en su eucaristía, que es el memorial de sus maravillas, y las apariencias sensibles, o sea las especies, son ¿cómo diremos? el engaste de esta joya, el engarce de esta piedra preciosa, cuyas facetas son los actos de la vida, pasión y muerte de Cristo, que se ostentan en la sacratísima forma consagrada, sin dejar de ser verdadera y sustancialmente un solo Cristo.

"¡Oh divina eucaristía, sol clarísimo del mundo espiritual, qué bellos son tus tabernáculos!" Como Balaam dijo de los de Jacob, y como dijo el salmista: "¿Quién no ansía poseerte? ¿Quién no desfallece en tus atrios? ¿Qué alma no siente la sed de tus aguas cristalinas? ¿Qué suavidades no ocultas para los que te toman con fe y amor?" Podemos añadir, con un himno de la santa Iglesia: "Nada se puede cantar más dulce, nada oír más agradable, nada pensar más suave que Jesús, Hijo de Dios, y sobre la miel y toda hermosura es dulce su presencia."

En otro himno se lee: "¡Oh Jesús mío dulcísimo, esperanza de mi suspirante alma, te buscan mis piadosas lágrimas y el clamor íntimo de mi alma!"

Porque lo más bello que allí se anida es el amor inefable, infinito, que alberga su apasionado corazón, foco ardiente de caridad infinita y panal suavísimo de  regalada miel. Este panal del alma guarda en sus celdillas todas las dulzuras del paraíso celestial, bajo los velos eucarísticos. Es la verdadera roca del desierto que, al contacto de las palabras del Salvador, destila agua purísima, que da salto a la vida eterna.

Es la fuente perenne, que brota el agua que refrigera la sedienta muchedumbre del verdadero pueblo elegido. Es el manantial maravilloso que limpia y cura nuestras llagas con su fluyente sangre, y que nos regenera y da un corazón nuevo a los que se lo suplicamos. Es el sagrado banquete en que se deja comer, otorgándonos la memoria de sus milagros y dándosenos en prenda de la gloria. Es Jesús-hostia el verdadero cordero pascual que, comido con las lechugas silvestres de la mortificación y la penitencia, nos emancipó de las cadenas del pecado y nos promete la eterna vida.

Pero, volviendo a nuestro propósito, si tantas bellezas se compendian en tan admirable sacramento, ¿por qué no se saborean? ¿Por qué no sentimos hambre de ese manjar? ¿Por qué no nos aqueja la sed de esta poción suave? ¿Por qué no nos consume el deseo de él? ¿Por qué no le preferimos a todos los sórdidos placeres del sentido? Porque nos falta la fe viva, la esperanza firme, la caridad fervorosa. Porque el hombre no percibe las cosas que son de Dios, puesto que está materializado; es animal y no sabe los arcanos de que disfruta ni puede encarecer su mérito.

Depongamos, pues, a los pies del trono de gracia nuestros dones materiales; aproximémonos a Cristo, personalmente subsistente en la sagrada forma, aunque oculto a la percepción de los sentidos corporales, pero descubierto a los ojos de la fe viva en la real presencia, y postrados humildemente ante el altar y contritos de nuestras culpas, ofrezcámosle nuestro corazón; y entreguémosle nuestra voluntad, disponiéndonos así a recibirle con fervor para que, extinguiendo nuestra concupiscencia, nos inspire en su comunión el deseo de vivir místicamente en él y conservar en nosotros la vida de él para reinar un día con S. D. M. durante la eternidad.

Procuremos evacuar nuestra vida para tomar la suya, haciéndonos, con la meditación general de nuestra profunda miseria e iniquidad, de atritos, contritos y arrepentidos por su amor de nuestras innumerables ingratitudes, para que nos mire y tenga misericordia de nosotros, solos y pobres, y nos perdone nuestros pecados, que son dignos, de su indulgencia, porque son muchos y graves; y nos reciba en su seno paternal como ovejas perdidas que volvemos a su aprisco.

Así dispuestos y humillados, podremos recibir esta visita celestial con tanto más provecho de nuestro espíritu, cuanto más nos hayamos enajenado a la vida de la materia, en términos de poder repetir con el apóstol: "Vivo yo; ya no yo, sino Cristo en mí."

¡Oh bello ideal de la Comunión! ¡Qué dulzuras inefables ocultas para los que te conocen! ¡Oh Jesús suavísimo, qué riquezas guardas para los que te buscan con fe viva y te reciben con amor puro y único y sobrenatural! ¡Qué bueno eres para los que te hallan!"  Diremos aquí con el himno: "Ni la lengua puede decirlo; ni la pluma escribirlo; sólo el que lo experimente puede revelar lo que es la dilección de Cristo. " Sea Jesús nuestro gozo, que es nuestro futuro premio; sea en ti nuestra gloria ahora y en la eternidad.

Para poner dignamente fin a estas devotas consideraciones, séanos permitido decir con San Bernardo(1): "Puesto que venimos al corazón de Jesús, bueno es hacer mansión en él, no permitiendo que se nos separe de él, de quien está escrito: "Los que de ti se separan, serán escritos en la tierra." Y quién será de los que se acercan? Tú mismo, Señor, nos lo dices. Tú has dicho a los que se aproximaban a ti: "Alegraos, porque vuestros nombres están: escritos en el cielo." Acerquémonos, pues, a ti y nos regocijaremos y nos alegraremos en ti, acordándonos de tu corazón. ¡Oh cuán bueno y cuán hermoso es habitar    en este corazón! Por ello daré todos los pensamientos, y los afectos de la mente conmutaré, arrojando todo pensamiento en el corazón de mi señor Jesús, porque, sin engaño, me nutrirá. Este templo, este santo de los santos, este arca del testamento adoraré, y alabaré el nombre del Señor diciendo con David: "Encontré mi corazón para orar a mi Dios. Encontré el corazón del rey; el corazón del hermano, el corazón de mi amigo, el benigno Jesús. LS 1884, 161

 (1) Sermón 3.º De Passione Domini.

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