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lunes, 11 de enero de 2016

PASOS EN EL CAMINO ESPIRITUAL DE LA MISERICORDIA. Mons. D. Carlos López Hernández.


De la Carta Pastoral de Mons. D. Carlos López Hernández con motivo del jubileo extraordinario de la misericordia en su punto seis hemos copiado el punto 6 de la misma como muy interesante para su lectura y meditación.
6. PASOS EN EL CAMINO ESPIRITUAL DE LA MISERICORDIA

La Bula del Jubileo muestra algunos pasos a dar en el camino espiritual del Año Santo para alcanzar la meta de la misericordia.

6.1. El primero paso es no juzgar y no condenar; perdonar y dar: “No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonado; dad y se os dará” (Lc 6, 37-38). Jesús dice, ante todo, no juzgar y no condenar. Si no se quiere incurrir en el juicio de Dios, nadie puede convertirse en el juez del propio hermano; en lugar de condenar, hay que saber percibir lo que de bueno hay en cada persona. Además, para manifestar la misericordia, Jesús pide también perdonar y dar. Ser instrumentos del perdón, porque hemos sido los primeros en haberlo recibido de Dios. Ser generosos con todos sabiendo que también Dios dispensa sobre nosotros su benevolencia con magnanimidad (cf. MV 14).

6.2. El segundo paso viene indicado por el lema misericordiosos como el Padre, que nos llama a abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento, cuántas heridas existen en el mundo de hoy! En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas. Para ello, hemos de meditar sobre las obras de misericordia corporales y espirituales , para cuidar más su práctica. Son criterios para discernir si vivimos o no como discípulos de Jesús (cf. MV 15). Y, por ello, son los motivos por los cuales vamos a ser juzgados, según nos lo recuerdan las exigentes palabras del Señor: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cf. Mt 25, 31-46).

Esta severa advertencia general de Jesús tiene en nuestros días aplicación concreta en dramáticas situaciones como las que se ven obligados a sufrir los desplazados y refugiados, víctimas de la guerra en Siria o en Irak; o en los permanentes campos de refugiados que almacenan a las víctimas, muchos de ellos niños, de conflictos bélicos interminables; o en las víctimas del terrorismo organizado de motivación pseudoreligiosa, entre las que se encuentran los actuales mártires cristianos; o, en general, en las injustas situaciones estructurales de desigualdad en la distribución de los bienes y en el desarrollo económico y cultural, con la consecuencia de la emigración con riesgo de la propia vida. Tampoco podemos permanecer indiferentes ante las situaciones de pobreza y de necesidad que se dan en muchos países e, incluso, en algunos sectores de población dentro de los mismos países ricos, como consecuencia sobre todo de la pérdida del empleo en la todavía no superada crisis.

En relación con las obras de misericordia espirituales, se nos preguntará igualmente si ayudamos a superar la duda; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo (cf. MV 15).

6.3. En este Año Santo estamos llamados a vivir “un año de gracia” (Lc 4, 16-21; Is 61, 1-2;), que lleva consigo la riqueza de la misión de Jesús que resuena en las palabras del profeta Isaías: llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres, anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a dar dignidad a cuantos han sido privados de ella (cf. MV 16).

6.4. Con especial intensidad nos invita este Año Jubilar a vivir la Cuaresma, tiempo propicio para celebrar la misericordia de Dios, para redescubrir en la meditación de la Sagrada Escritura el rostro misericordioso del Padre. Y para poner en el centro el sacramento de la reconciliación (MV 17)

6.5. El Jubileo lleva también consigo la referencia a la indulgencia. Vivir la indulgencia en el Año Santo significa acercarse a la misericordia del Padre con la certeza que su perdón se extiende sobre toda la vida del creyente. Indulgencia es experimentar la santidad de la Iglesia que participa a todos de los beneficios de la redención de Cristo (cf. MV 22).
6.6. En este Año Jubilar estamos todos llamados a realizar la obra de misericordia espiritual de la oración para que la palabra del perdón pueda llegar a todos y la llamada a experimentar la misericordia no deje a ninguna persona indiferente. La llamada “a la conversión se dirige con mayor insistencia a aquellas personas que se encuentran lejanas de la gracia de Dios debido a su conducta de vida” (MV 19). “¡Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón” (MV 19).

7. ¿Cómo alcanzar la indulgencia jubilar?

El Papa Francisco lo ha concretado en carta al Presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, el día 1 de septiembre de 2015. En ella afirma:
1. Para vivir y obtener la indulgencia los fieles están llamados a realizar una breve peregrinación hacia la Puerta Santa abierta en cada catedral, o en las iglesias y santuarios que determine el obispo diocesano, como signo del deseo profundo de auténtica conversión. Es importante que este momento esté unido, ante todo, al Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de la santa Eucaristía con una reflexión sobre la misericordia. Será necesario acompañar estas celebraciones con la profesión de fe y con la oración por el Papa y por las intenciones que lleva en el corazón para el bien de la Iglesia y de todo el mundo.
2. Quienes por diversos motivos se verán imposibilitados de llegar a la Puerta Santa:
2.1. Los enfermos y las personas ancianas y solas, a menudo en condiciones de no poder salir de casa. Para ellos será de gran ayuda vivir la enfermedad y el sufrimiento unidos al Señor en el misterio de su pasión, muerte y resurrección. Vivir con fe y gozosa esperanza este momento de prueba, recibiendo la comunión o participando en la santa misa y en la oración comunitaria, también a través de los diversos medios de comunicación, será para ellos el modo de obtener la indulgencia jubilar.
2.2. Los presos, que experimentan la limitación de su libertad. El Jubileo siempre ha sido la ocasión de una gran amnistía, destinada a hacer partícipes a muchas personas que, incluso mereciendo una pena, sin embargo han tomado conciencia de la injusticia cometida y desean sinceramente integrarse de nuevo en la sociedad dando su contribución honesta. Que a todos ellos llegue igualmente la misericordia del Padre que quiere estar cerca de quien más necesita su perdón. En las capillas de las cárceles podrán ganar la indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su pensamiento y la oración al Padre, pueda este gesto ser para ellos el paso de la Puerta Santa, porque la misericordia de Dios, capaz de convertir los corazones, es también capaz de convertir las rejas en experiencia de libertad.
3. Con las obras de misericordia corporales y espirituales. La experiencia de la misericordia se hace visible en el testimonio de signos concretos como Jesús mismo nos enseñó. Cada vez que un fiel viva personalmente una o más de estas obras obtendrá ciertamente la indulgencia jubilar. Vivir la misericordia, en la fe, la esperanza y la caridad, alcanza la gracia del perdón completo y total por el poder del amor del Padre que no excluye a nadie.
4. La indulgencia jubilar se puede ganar para los difuntos. A ellos estamos unidos por el testimonio de fe y caridad que nos dejaron. De igual modo que los recordamos en la celebración eucarística, también podemos, en el gran misterio de la comunión de los santos, rezar por ellos para que el rostro misericordioso del Padre los libere de todo residuo de culpa y pueda abrazarlos en la bienaventuranza que no tiene fin.
5. Facultad de absolver del pecado del aborto.
El Papa Francisco ha escrito en la ya mencionada carta: “Uno de los graves problemas de nuestro tiempo es, ciertamente, la modificación de la relación con la vida. Una mentalidad muy generalizada ha provocado ya una pérdida de la debida sensibilidad personal y social hacia la acogida de una nueva vida. Algunos viven el drama del aborto con una conciencia superficial, casi sin darse cuenta del gravísimo mal que comporta un acto de este tipo. Muchos otros, en cambio, incluso viviendo ese momento como una derrota, consideran no tener otro camino por donde ir. Pienso, de forma especial, en todas las mujeres que han recurrido al aborto. Conozco bien los condicionamientos que las condujeron a esa decisión. Sé que es un drama existencial y moral. He encontrado a muchas mujeres que llevaban en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa. Lo sucedido es profundamente injusto; sin embargo, sólo el hecho de comprenderlo en su verdad puede consentir no perder la esperanza. El perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido, sobre todo cuando con corazón sincero se acerca al Sacramento de la Confesión para obtener la reconciliación con el Padre. También por este motivo he decidido conceder a todos los sacerdotes para el Año jubilar la facultad de absolver del pecado del aborto a quienes lo han practicado y arrepentidos de corazón piden por ello perdón. Los sacerdotes se deben preparar para esta gran tarea sabiendo conjugar palabras de genuina acogida con una reflexión que ayude a comprender el pecado cometido, e indicar un itinerario de conversión verdadera para llegar a acoger el auténtico y generoso perdón del Padre que todo lo renueva con su presencia”.

8. Conclusión: La Iglesia nos ofrece “un Año Santo extraordinario para vivir en la vida de cada día la misericordia que desde siempre el Padre dispensa hacia nosotros. En este Jubileo dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. La Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble cuando con convicción hace de la misericordia su anuncio. Ella sabe que la primera tarea, sobre todo en un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo. La Iglesia está llamada a ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de Jesucristo…Desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran río de la misericordia. Esta fuente nunca podrá agotarse, sin importar cuántos sean los que a ella se acerquen. Cada vez que alguien tenga necesidad podrá venir a ella, porque la misericordia de Dios no tiene fin.” (MV 25).
9. María, Madre de la Misericordia.
Encomendamos este Año Jubilar a la intercesión de la Virgen María, “la Madre de la Misericordia. La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios. Ninguno como María ha conocido la profundidad del misterio de Dios hecho hombre. Todo en su vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina porque participó íntimamente en el misterio de su amor.
Elegida para ser la Madre del Hijo de Dios, María estuvo preparada desde siempre por el amor del Padre para ser Arca de la Alianza entre Dios y los hombres. Custodió en su corazón la divina misericordia en perfecta sintonía con su Hijo Jesús. Su canto de alabanza, en el umbral de la casa de Isabel, estuvo dedicado a la misericordia que se extiende “de generación en generación” (Lc 1,50). También nosotros estábamos presentes en aquellas palabras proféticas de la Virgen María. Esto nos servirá de consolación y de apoyo mientras atravesaremos la Puerta Santa para experimentar los frutos de la misericordia divina.
Al pie de la cruz, María junto con Juan, el discípulo del amor, es testigo de las palabras de perdón que salen de la boca de Jesús. El perdón supremo ofrecido a quien lo ha crucificado nos muestra hasta dónde puede llegar la misericordia de Dios. María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir a ninguno. Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús” (MV 24).
María, Madre de la Misericordia, ruega por nosotros.
Salamanca, a 20 de diciembre de 2015.

Carlos López Hernández
Obispo de Salamanca

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